Cuando intentas extorsionar al dueño del paraíso digital

Había una vez un día lluvioso, tan típico en la ciudad de la monotonía y los cafés decadentes. Estaba yo, sentado frente a mi ordenador, cuando de repente, un correo electrónico llegó a mi bandeja de entrada. El asunto rezaba: «Tus oscuros secretos al descubierto». Intrigado, como el gato que se acerca a la caja de Pandora, abrí el mensaje.

Resulta que un avezado chantajista virtual había descubierto mi oscuro y sucio secreto: mi supuesta adicción a la pornografía. ¡Oh, qué sorpresa! Me amenazaban con publicar fotos y videos comprometedores con mi cara como protagonista. Rápidamente, dejé de mordisquear la uña del dedo meñique y me puse a reflexionar sobre la situación.

Lo que no sabían estos genios del chantaje era que estaban tratando de extorsionar al propio rey del reino prohibido. Sí, señores y señoras, yo, el dueño de la página web más subida de tono de la internet, el magnate del negocio del pecado digital. Mis archivos pornográficos eran como mi tesoro, y lo único que conseguían era hacerme cosquillas en el ego.

Con una sonrisa socarrona, les respondí al chantajista y a su cohorte de amenazas virtuales: «Amigo, están a punto de darse un chapuzón en el mar equivocado. No consumo pornografía, sino que soy el capitán de este barco obsceno. ¿Publicar fotos y videos comprometedores? Adelante, harán publicidad gratuita a mi sitio web».

La moraleja de esta historia es tan clara como las imágenes pixeladas en una película para adultos: nunca subestimes a tu adversario. La próxima vez que quieras extorsionar a alguien, asegúrate de que no estás intentando vender hielo a un esquimal o, en este caso, pornografía a un propietario de un sitio web para adultos. La vida tiene una manera divertida de darle la vuelta a las situaciones, y a veces, el mejor antídoto contra la amenaza es una buena dosis de sarcasmo y autoconfianza.

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