La odisea de un comerciante: Enfrentando a la empresa de transporte

El maldito sol de la tarde golpeaba las ventanas de mi oficina, como un viejo conocido que nunca supo cuándo retirarse. Me encontraba sentado frente a mi computadora, con una taza de café frío. Mi tienda en línea había estado recibiendo un flujo constante de pedidos, pero esta vez algo había salido terriblemente mal.

Llevaba días tratando de enviar un pedido importante, pero la empresa de transporte, una pandilla de incompetentes disfrazados de profesionales, afirmaba haber venido a recoger el paquete sin siquiera levantar el teléfono. Y yo, sentado aquí, agarrando el teléfono como si fuera la última boleto para salir de este circo, esperando en vano una llamada que nunca llegaba.

La ira me consumía mientras miraba la pantalla de mi teléfono, un dispositivo que parecía tener una conexión más sólida con el espacio exterior que con la empresa de transporte. ¿Cómo podían ser tan desvergonzados? ¿Cómo podían actuar con tanta prepotencia y seguir llamándose a sí mismos profesionales?

Recordé la última vez que había hablado con uno de sus conductores, un tipo que sonaba como si estuviera mascando cemento mientras me explicaba que vendría por el paquete. "No te preocupes, amigo", dijo con una voz que sonaba más como una amenaza que como una promesa. "Estaremos allí mañana mismo".

Y así había pasado mañana tras mañana, conmigo sentado aquí, mirando fijamente el teléfono como si pudiera obligarlo a sonar. La frustración se había convertido en compañera constante, como un perro callejero que se negaba a irse.

Pero yo no era un hombre de quedarme de brazos cruzados. Decidí levantarme, sacudirme el polvo de la indignación y tomar el asunto en mis propias manos. Si la empresa de transporte no quería hacer su trabajo, entonces lo haría yo mismo.

Agarré el paquete, lo cargué en mi viejo coche y me dirigí hacia el centro de distribución de la empresa de transporte. No me importaba si tenía que enfrentarme a un ejército de burócratas ineptos, iba a hacer que mi paquete llegara a su destino, incluso si tenía que arrastrarlos a todos conmigo.

Y así, con la determinación de un hombre que ha sido empujado al límite, me enfrenté a la empresa de transporte. No iba a dejar que me pisotearan más. Era hora de tomar el control de mi destino, incluso si eso significaba enfrentarse a los monstruos que se escondían detrás de los teléfonos y las promesas vacías.

Regresar al blog